Los regímenes autoritarios han marcado a sangre y fuego a casi todos los países latinoamericanos. Las fechas simbólicas, como la del 24 de marzo son momentos para que cosas del pasado, no con cualquier pasado sino con un pasado abominable, con una historia oscura, sombría, con un pasado histórico doloroso por sus secuelas de muertos y desaparecidos, por el terror, por la chatura cultural, por la destrucción de la economía, por una guerra perdida no vuelvan mas.
En estos 25 años de democracia se ha planteado uno de los mayores problemas del siglo XX: la inestabilidad política del sistema institucional argentino.
En este sentido cada ciudadano Argentino, nuevejuliense ha vivido la alternancia de los regímenes constitucionales y de facto desde el derrocamiento del segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, en 1930, hasta la apertura electoral de 1983.
La dictadura se caracterizó por ejecutar un proceso económico que endeudó y paralizó el crecimiento del país, y lo que es más terrible aún, por coartar la libertad de las personas, cometiendo delitos de lesa humanidad.
La democracia en nuestro país no es un proceso acabado, sino que está en permanente construcción; alentar y profundizar ese proceso debe ser una vocación. Pero en estos últimos tiempos estamos escuchando discursos en defensa de la democracia con decisiones de pequeños grupos imponiendo cortes de rutas o desabasteciendo el mercado dejando a la gente sin alimentos.
¿ No es quizás por principios que el consenso sin autoritarismo se representa con el mecanismo democrático?. Desde la presidencia y hasta el mismo vicepresidente apoyó al Congreso, como lugar de expresión de la pluralidad, donde se encontraran ideas que permitan aportar al Poder Ejecutivo en el diseño de una política agropecuaria. Entonces como entender que el pasado antidemocrático deje marcas o como comprender que debe negociarse como se hace en un país sujeto a la Constitución y el derecho, con gobierno legítimo y necesidad agobiante de dejar la pobreza para integrarse a un mundo en cambio constante.
Pero al margen de cualquier dogmatismo, entre las marcas vivas que dejó el no tener democracia y permanecen desde entonces, se encuentra la terrible realidad que significan los más de 400 jóvenes que aún siguen desaparecidos, sin conocer su verdadera identidad y a los que aún hoy buscan sus familias biológicas. Esos jóvenes son un vivo testimonio de las prácticas perversas de la dictadura.
Por otro lado, el proceso militar ha provocado cambios en la subjetividad colectiva. Si bien existe una conciencia fuerte de “nunca más” volver a permitir el avasallamiento de las instituciones democráticas; también debe decirse que el temor y el “no te metás” de los años 70 – unidos a los valores de una década como la del 90, que se caracterizó por el capitalismo salvaje, la corrupción y el individualismo - han influido en la poca participación ciudadana en los partidos políticos y en el descreimiento generalizado hacia el funcionamiento de las instituciones democráticas.
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